Un riesgo es la “contingencia o proximidad de un daño”, y una contingencia es la “posibilidad de que algo suceda o no suceda”. Como tal posibilidad, se puede estimar en un porcentaje desde el 0% hasta el 100%, y podríamos decir que el riesgo de sufrir una colisión es del 100% si circulamos hacia un muro y no frenamos, o que el riego de sufrir una colisión contra un muro es de casi el 0% si tenemos el coche apagado (casi, porque alguien puede empujarnos por accidente).
Sea como sea, el riesgo es algo que está presente en todas y cada una de las acciones que hacemos a diario: levantarnos en la cama, entrar en la ducha, desayunar, salir del portal, meternos en el coche, arrancar, ir al trabajo. Todo tiene un riesgo de salir mal: podemos torcernos el pie al levantarnos de la cama, resbalar en la ducha, atragantarnos con una madalena, recibir un macetero en la coronilla al salir del portal… ¿sigo? Lo que sucede es que la percepción del riesgo se puede relajar si su probabilidad es lo suficientemente baja. Y eso se suele confundir con “si esto nunca me ha pasado…”.
No valoramos el riesgo de lo que tenemos ya automatizado
Estos días leí un artículo sobre lo que Felipe Massa, piloto de Fórmula 1, recuerda de un grave accidente que tuvo en 2009, en el Gran Premio de Hungría. Mientras corría a toda velocidad, un muelle se soltó del coche que iba por delante e impactó a una velocidad atroz contra su casco, dejándolo inconsciente mientras su coche iba recto contra unas protecciones. Estuvo en estado crítico y su casco de seguridad reventó. Por centímetros, o milímetros, no perdió la vida por algo que jamás sucede. Pero sí, sucedió.
Su percepción de aquéllo, lo que más le importó, fue darse cuenta de que uno cree que nunca le va a pasar nada, pero de repente, sin avisar, has tenido un momento crítico, un accidente: te sucedió. En Fórmula 1, el riesgo se puede tocar, casi nunca pasa nada, pero si pasa estás listo. Y en la calle pasa lo mismo, o quizás más, pues hay más elementos no controlados a nuestro alrededor. Lo curioso es que los espectadores, a veces, no entienden el riesgo enorme de las carreras de Fórmula 1, o de MotoGP, porque cuando hay graves accidentes no suele pasar “nada”.
En la vida real, los riesgos se perciben también distorsionados porque a la mayoría de la gente no le pasa nada, nunca. Y por “nada” me refiero a tener una colisión, una salida de la vía… o un susto. Por eso, estos riesgos tan grandes se toman a broma: